jueves, 27 de febrero de 2014

SOBRE EL PODER

Hay sujetos, instituciones, palabras y objetos de poder. El maestro quizá se ubique en todas las categorías anteriormente expuestas; no obstante, y antes de extender esta discusión, postulemos algunas ideas sobre el poder

Poder es manosear la palabra poder y creer que se habita por fuera de sus juegos y traslaciones incesantes. Poder es ultrajar la palabra ciudad y creer que se habita por fuera de sus muros. Poder es violar la palabra noche y creer que se habita por fuera de sus sombras. Poder es habitar esa casa vacía que llamamos conciencia y hacerle creer toda una vida de mentiras. Poder… es ese comité de aplausos que nos fabricamos a notros mismos tan solo para justificar nuestras ideas.

Cuando Michel Foucault trabajó incansablemente con “dementes”, “pecadores”, “libidinosos”, “sádicos”, “enfermos”, “drogadictos”, se dio cuenta de que la mente (el siquismo) de estos individuos era un espejo-reflejo de cómo es la sociedad. Recuerden que toda arqueología es, ante todo, una mirada a la profundidad, de uno, o de la cultura, que es lo mismo.

“Pero la palabra “poder” amenaza introducir varios malentendidos. Malentendidos acerca de su identidad, su forma, su unidad. Por poder no quiero decir “el Poder”, como conjunto de instituciones y aparatos que garantizan la sujeción de los ciudadanos en un Estado determinado. Tampoco indico un modo de sujeción que, por oposición a la violencia, tendría la forma de la regla. Finalmente, no entiendo por poder un sistema general de dominación ejercida por un elemento o un grupo sobre otro, y cuyos efectos, merced a sucesivas derivaciones, atravesarían el cuerpo social entero. El análisis en términos de poder no debe postular, como datos iniciales, la soberanía del Estado, la forma de la ley o la unidad global de una dominación; éstas son más bien formas terminales. Me parece que por poder hay que comprender, primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las trasforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sistema, o, al contrario, los corrimientos, las contradicciones que aíslan a unas de otras; las estrategias, por último, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo general o cristalización institucional toma forma en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales. La condición de posibilidad del poder, en todo caso el punto de vista que permite volver inteligible su ejercicio (hasta en sus efectos más “periféricos” y que también permite utilizar sus mecanismos como cifra de inteligibilidad del campo social), no debe ser buscado en la existencia primera de un punto central, en un foco único de soberanía del cual irradiarían formas derivadas y descendientes; son los pedestales móviles de las relaciones de fuerzas los que sin cesar inducen, por su desigualdad, estados de poder —pero siempre locales e inestables. Omnipresencia del poder: no porque tenga el privilegio de reagruparlo todo bajo su invencible unidad, sino porque se está produciendo a cada instante, en todos los puntos, o más bien en toda relación de un punto con otro. El poder está en todas partes; no es que lo englobe todo, sino que viene de todas partes. Y “el” poder, en lo que tiene de permanente, de repetitivo, de inerte, de autorreproductor, no es más que el efecto de conjunto que se dibuja a partir de todas esas movilidades, el encadenamiento que se apoya en cada una de ellas y trata de fijarlas. Hay que ser nominalista, sin duda: el poder no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada.”



Foucault, M. (1998). Historia de la sexualidad, (vigesimoquinta edición en español ed., Vol. I). Siglo XXI editores, s.a. de c.v.

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