Hay sujetos, instituciones, palabras y objetos de poder. El maestro quizá se ubique en todas las categorías anteriormente expuestas; no obstante, y antes de extender esta discusión, postulemos algunas ideas sobre el poder
…
Poder es manosear la palabra poder y
creer que se habita por fuera de sus juegos y traslaciones incesantes. Poder es
ultrajar la palabra ciudad y creer que se habita por fuera de sus muros. Poder
es violar la palabra noche y creer que se habita por fuera de sus sombras.
Poder es habitar esa casa vacía que llamamos conciencia y hacerle creer toda
una vida de mentiras. Poder… es ese comité de aplausos que nos fabricamos a
notros mismos tan solo para justificar nuestras ideas.
Cuando Michel Foucault trabajó
incansablemente con “dementes”, “pecadores”, “libidinosos”, “sádicos”,
“enfermos”, “drogadictos”, se dio cuenta de que la mente (el siquismo) de estos
individuos era un espejo-reflejo de cómo es la sociedad. Recuerden que toda
arqueología es, ante todo, una mirada a la profundidad, de uno, o de la
cultura, que es lo mismo.
“Pero la palabra “poder” amenaza
introducir varios malentendidos. Malentendidos acerca de su identidad, su
forma, su unidad. Por poder no quiero decir “el Poder”, como conjunto de
instituciones y aparatos que garantizan la sujeción de los ciudadanos en un
Estado determinado. Tampoco indico un modo de sujeción que, por oposición a la
violencia, tendría la forma de la regla. Finalmente, no entiendo por poder un
sistema general de dominación ejercida por un elemento o un grupo sobre otro, y
cuyos efectos, merced a sucesivas derivaciones, atravesarían el cuerpo social
entero. El análisis en términos de poder no debe postular, como datos
iniciales, la soberanía del Estado, la forma de la ley o la unidad global de
una dominación; éstas son más bien formas terminales. Me parece que por poder
hay que comprender, primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerza
inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de
su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes
las trasforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de
fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sistema,
o, al contrario, los corrimientos, las contradicciones que aíslan a unas de
otras; las estrategias, por último, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo
general o cristalización institucional toma forma en los aparatos estatales, en
la formulación de la ley, en las hegemonías sociales. La condición de
posibilidad del poder, en todo caso el punto de vista que permite volver
inteligible su ejercicio (hasta en sus efectos más “periféricos” y que también
permite utilizar sus mecanismos como cifra de inteligibilidad del campo
social), no debe ser buscado en la existencia primera de un punto central, en
un foco único de soberanía del cual irradiarían formas derivadas y
descendientes; son los pedestales móviles de las relaciones de fuerzas los que
sin cesar inducen, por su desigualdad, estados de poder —pero siempre locales e
inestables. Omnipresencia del poder: no porque tenga el privilegio de
reagruparlo todo bajo su invencible unidad, sino porque se está produciendo a
cada instante, en todos los puntos, o más bien en toda relación de un punto con
otro. El poder está en todas partes; no es que lo englobe todo, sino que viene
de todas partes. Y “el” poder, en lo que tiene de permanente, de repetitivo, de
inerte, de autorreproductor, no es más que el efecto de conjunto que se dibuja
a partir de todas esas movilidades, el encadenamiento que se apoya en cada una
de ellas y trata de fijarlas. Hay que ser nominalista, sin duda: el poder no es
una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que
algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación
estratégica compleja en una sociedad dada.”
Foucault, M. (1998). Historia de la sexualidad, (vigesimoquinta edición en español ed., Vol. I). Siglo
XXI editores, s.a. de c.v.
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